lunes, 22 de noviembre de 2010

ESPAÑOL PENINSULAR


¿Lo entiende?

Hay poetas que confunden el yantar y el antepasto.

Todo lo críptico –si es original y valedero- lo es a despecho de quien lo produce. Nadie que se estime soslaya adrede ni el más nimio conato de su pensamiento lúcido.

¿Poesía de sótanos, estadiza y exangüe? No. La poesía no se compadece con la clorosis. Es hora, pues, de que las musas de ergástula se aireen y tomen el acero que las desopile.

Las virtudes suasorias son eminentemente poéticas. Persuadir es expugnar un recinto de hostilidad o de ignorancia. La elocuencia es la elocuencia. Pero las gentes, por lo común, le dicen elocuencia al énfasis.

La charca de Narciso es su pecina, y su pecina no es el “ego” ni la mitad o complemento del andrógino, sino la caquexia palúdica.

Poeta: nervio. No se concibe la posibilidad del Poeta blandengue.

Al amanecer, auras barrocas de modernidad incoercible. En la tarde madura, fruición clásica. ¿cara o cruz? ¿O dos caras? ¿O dos cruces?

Pero la enumeración, la similicadencia, el trueque y el retruque de las palabras, ¿son poesía?


SAN JOSE DOMENCHINA

ANTOLOGIA DE LA POESIA ESPAÑOLA CONTEMPORANEA



FRANCISCO FLORES AGUIRRE

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Sol de Monterrey

Sol de Monterrey

 
No cabe duda: de niño,
a mí me seguía el sol.


Andaba detrás de mí
como perrito faldero;
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños

Saltaba de patio en patio,
se revolcaba en mi alcoba.
Aun creo que algunas veces
lo espantaba con la escoba.


Y a la mañana siguiente ,
ya estaba otra vez conmigo,
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.


(El fuego de mayo
me armó caballero:
yo era el Niño Andante,
y el sol, mi escudero.)


Todo el cielo era de añil;
toda la casa, de oro.
¡Cuánto sol se me metía
por los ojos!
Mar adentro de la frente,
a donde quiera que voy,
aunque haya nubes cerradas,
¡oh cuánto me pesa el sol!
¡Oh cuánto me duele, adentro,
esa cisterna de sol
que viaja conmigo!


Yo no conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.-


Cada ventana era sol,
cada cuarto era ventana.

Los corredores tendían
arcos de luz por la casa,
En los árboles ardían
las ascuas de las naranjas,
y la huerta en lumbre viva
se doraba.
Los pavos reales eran
parientes del sol. La garza
empezaba a llamear
a cada paso que daba.

Y a mi el sol me desvestía,
para pegarse conmigo,
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.

Cuando salí de mi casa
con mi bastón y mi hato,
le dije a mi corazón:
-¡Ya llevas sol para rato!-
Es tesoro- y no se acaba:
no se acaba –y lo gasto.
Traigo tanto sol adentro
que ya tanto sol me cansa.-
Yo te conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.


Río de Janeiro, 1932
Otra voz, 1936; OC,X 144-6.
Alfonso Reyes